JOSÉ RAMÓN CASO

"Si en mi paso por la política he podido contribuir,
aunque sea modestamente con ese granito de arena,
me doy por satisfecho".
José Ramón Caso

JOSÉ RAMÓN CASO

Una persona siempre centrada en valores fundamentales

Conocí a José Ramón Caso hace mucho tiempo en una cena en casa de un buen amigo común y desde aquel día hemos ido encontrándonos y compartiendo gratos momentos, disfrutando siempre de su amena compañía.

José Ramón ha sido una personalidad política muy relevante en la consolidación de la democracia, pues fue secretario de organización de Unión de Centro Democrático (UCD) durante la presidencia de Adolfo Suárez, asesor del presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, cofundador y secretario general del CDS, diputado por Madrid, y finalmente Eurodiputado, abandonando la política en el año 1993. Hoy, José Ramón Caso ocupa el cargo de CEO de Omnicom Public Affairs.

Su gran personalidad te cautiva y te seduce, tanto por su capacidad de escucha como por saber transmitir su amplio conocimiento y experiencia, con perspectiva y altura de miras, desde la humildad y la cercanía, como solo los sabios saben comunicarlo: haciendo simple lo complejo.

Hoy, más que nunca, echamos de menos, o al menos yo, a personas que como José Ramón Caso nos hagan plantearnos las buenas preguntas y que nos ayuden también a encontrar las buenas respuestas.

¿Se necesita experiencia o se va aprendiendo por el camino?

En el mundo de la política pasa casi lo mismo que en todos los ámbitos de la vida: tener una buena formación ayuda, obviamente, pero nada suple a la experiencia. Yo siempre, hablando de política,  he admirado a aquellos países en los que, para llegar a altos niveles de representatividad de los ciudadanos, hay que empezar desde abajo.

Con empezar desde abajo no me refiero a entrar en las juventudes de los partidos, me refiero, como es el caso de Francia, por ejemplo, que nadie puede aspirar a ser diputado si antes no ha sido alcalde de su pueblo, por muy pequeño que sea.

¿Hay que tener buena Constitución para entrar en política?

En España hubo muchos que, como en mi caso, tuvimos que entrar en política sin tener una buena Constitución. Y precisamente por eso, la gran tarea inicial de la Transición fue construir una buena Constitución que yo creo que ayuda, no tanto a entrar en política sino a que los españoles se sientan en su mayoría cómodos en una sociedad que garantiza sus derechos y libertades.

¿Debería cambiarse la Constitución?

Las tres grandes palabras de la Revolución Francesa, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano marcaron los valores de libertad, igualdad y fraternidad, y en ese marco se inscribe la Constitución. Esos principios no están cambiando, al contrario, se están afianzando paso a paso y, por lo tanto, pienso que no debe cambiar. Sí deben en su desarrollo adaptarse a las circunstancias, a los nuevos retos de la sociedad.

Estoy convencido de que la Constitución española, aparte de haber conseguido que la sociedad española haya vivido en libertad más tiempo que nunca, ha logrado que progresemos en niveles de solidaridad y renta hasta situarnos en la media europea.

Se pueden hacer algunas modificaciones puntuales, pero en estos momentos no se tiene el enorme apoyo del Parlamento que la aprobó y de la ciudadanía que la refrendó, por lo que no veo ninguna reforma posible y sustancial de la Constitución, ni a corto ni a medio plazo.

¿Se necesita experiencia o se va adquiriendo por el camino?

Es obvio que una buena formación ayuda. Históricamente hay determinadas cualificaciones profesionales que hacen más fácil la integración en la vida pública porque se conoce su modo de funcionar. La política no es solo el Parlamento. La política es también el Ejecutivo. Y el Ejecutivo requiere de personas que conozcan la gestión pública, por lo tanto, que tengan una buena formación, pero que no necesariamente supone haber estado en una escuela de negocios o ser economista del Estado o técnico comercial del Estado, pero ayuda. Por ejemplo, yo he conocido en estos cuarenta años de gobierno español algunos políticos muy buenos que no habían pasado por la universidad, pero habían tenido alguna otra escuela, como eran los sindicatos.

¿Los partidos forman o deforman?

Los partidos deberían siempre formar pero, depende de la circunstancia histórica y del país, algunos deforman. Deberían formar porque, en teoría, son una escuela de selección de cuadros para gestionar los asuntos públicos y para representar a los ciudadanos.

Pero también deforman cuando implantan la cultura de una malentendida coherencia interna que supone obligar a la gente, siempre y en toda circunstancia, a primar la disciplina por encima de la oferta de ideas, o cuando la lucha por el poder interno para aspirar a ganar unas elecciones, se transforma en una coalición de mediocres, donde lo peor de la casa se une para intentar apartar a los mejores.

¿Es la política un arte devaluado?

Desde luego que en Europa Occidental y en estos tiempos, claramente sí. Cuando creíamos que se había superado el marco de la lucha histórica entre dos grandes modelos, el capitalismo liberal y el comunismo con la caída del muro de Berlín, cuando Fukuyama hablaba del fin de las ideologías, del fin de la historia, ha coincidido con un momento de crisis tecnológica, situándonos de alguna manera en la época de los demagogos griegos, donde había una rivalidad para ver quién grita más fuerte y dice mayores barbaridades para meter y manejar el miedo.

Hay un refrán francés que dice que “solo los estúpidos no cambian de opinión”, pero a veces tanto cambio, ¿no resulta estúpido?

Un buen político tiene que estar siempre abierto a escuchar las voces de otros y que ese debate pueda llevarle hacia una rectificación de las posiciones de partida y, por lo tanto, a cambiar y a adoptar nuevas posiciones. Los dogmáticos son nefastos para conducir los pueblos y más en las sociedades democráticas.

Pero si cambia de criterio con demasiada frecuencia, desorienta a sus conciudadanos.

¿Qué se gana y qué se pierde cuando se ejercen responsabilidades políticas?

Se ganan amigos y también se pierden pero, sobre todo, se gana sentido de la responsabilidad, tanto que incluso llega a ser abrumador y se pierde paz.

¿Qué momento recuerdas con gran satisfacción de tu paso por la política?

Podría hablar de los mejores momentos electorales, de la aprobación de la Constitución, la sensación de que España realmente ahí empezaba a cambiar,  o de la primera vez que tienes la oportunidad de hablar desde la tribuna del Congreso de los Diputados.

Pero, curiosamente, los momentos que recuerdo con más alegría íntima son los de la etapa en la que fui director general de Acción Social y tenía a mi cargo toda la política social de España porque todavía no habíamos empezado, en el año 80, la descentralización que supuso el Estado de las Autonomías. Tenía que decidir si se hacía una guardería en un pueblo como Huércal-Overa en Almería o se daba una subvención a una residencia de ancianos en Salamanca. Una sensación de utilidad social en lo que hacía.

José Ramón Caso

¿Qué momentos vives o has vivido con cierta nostalgia?

No tengo nostalgia de haber dejado la política. Es una etapa muy importante de mi vida que se cerró y que me llenó de satisfacción al haber podido contribuir a la gobernanza y al avance social. Sin embargo, siento la nostalgia de las conversaciones tras un día agotador con Adolfo Suárez a las tantas de la mañana y con esa intimidad en la que compartíamos experiencias, dudas, esperanzas, deseos tanto en el plano político como en lo estrictamente personal y que tanto nos marcó en nuestras vidas.

Peores momentos que te ha tocado vivir

En política muchos. Cada derrota electoral es un desgaste, cada crisis interna, tanto las que hubo en UCD como posteriormente en la fase terminal del CDS, fueron desgarradoras. Sobre todo porque he sido en ambos casos parte del problema, no de la solución, porque sentía que estábamos destrozando entre todos un vehículo útil para representar y servir a los ciudadanos y para hacer una nación cada día un poquito mejor.

El centro, una utopía

El centro es una pulsión natural de la mayoría de la sociedad. A la pregunta de en qué posicionamiento ideológico se sitúan las personas en una escala del 1 al 10, siendo el 1 la extrema izquierda, y el 10 la extrema derecha, vemos que las posiciones tienden a concentrarse en el centro.

Dependiendo de los momentos históricos y de cada país y el grado de bienestar, esa campana de Gauss está un poquito más girada hacia la derecha o un poquito más hacia la izquierda, pero eso demuestra que la mayoría de los ciudadanos son escépticos y desconfían de los extremos. Quizás sea consecuencia de la dramática historia de Europa en los últimos 100 años y de haber sufrido dos Guerras que arrasaron y destruyeron países enteros causando millones de víctimas que la búsqueda del diálogo y del entendimiento surjan como una prioridad esencial.

¿Resultan atractivos los extremos?

Resultan fáciles de entender para muchos ciudadanos. La política es, para ellos, algo tangencial y a lo que le dedican muy poco tiempo y, sin embargo, están continuamente bombardeados por toda la red  y medios de comunicación con muchos mensajes y muy variados, así que tienden a fijarse más por una cuestión de facilidad y permeabilidad en lo que no les gusta, en lo transmitido por los extremos.

¿Se pierde perspectiva por la pérdida de realidad?

El término del “síndrome de la Moncloa” fue acuñado anteriormente pero cobró más fuerza bajo el mandato de Felipe González, para expresar el aislamiento del Presidente y esa falta de conexión con la realidad. Antes comentaba que los políticos deben haber pasado por la vida municipal, donde tienen que resolver problemas muy concretos. Creo que todo político debe recordar aquello que se les decía a los Césares en su entrada triunfal en Roma, en los que detrás de ellos llevaba alguien echando cenizas, recordándole que era polvo y en polvo se convertiría. Pienso que es muy útil, para todo gran político, buscarse los mecanismos para hablar directamente con la calle y coger el pulso de la vida de las personas.

Lealtad, honestidad, responsabilidad, confianza, ¿son valores en alza o a la baja?

Son valores que los ciudadanos quisieran ver en sus políticos y para eso están las urnas, para premiar o castigar a los candidatos en función de los valores que representan como políticos, pero también como personas.

Se habla mucho de la erótica del poder pero, ¿también se cae en la rutina?

Es muy difícil caer en la rutina. Puedes caer en una cierta rutina si se está en una etapa demasiado plácida y lo digo pensando casi siempre en el Poder legislativo, en el que el grado de actividad de cada uno depende de sí mismo, en buena medida.

Pero en el Poder Ejecutivo, y sobre todo en los cuadros superiores de un partido de gobierno, la hiperactividad es constante, ya que está sometido a la actualidad de la vida económica y social, a la vigilancia de la oposición, a la de los medios, a la de los ciudadanos… y no te puedes dormir.

¿Que te hubiese gustado cambiar?

Lo único que me ha motivado en política es tratar de contribuir a que mi país sea cada día algo mejor, pensando también en las próximas generaciones. Si en mi paso por la política he podido contribuir, aunque sea modestamente con ese granito de arena, me doy por satisfecho. Algo importante que no se ha conseguido solucionar y que me hubiese gustado cambiar es dotarnos de un sistema educativo consensuado, que no se modifique con cada cambio de gobierno, un sistema que prime y ayude a la excelencia.

¿Qué es lo que más te ha cambiado a ti la política?

Aunque suene manido, la perspectiva de la preocupación por el conjunto de los ciudadanos. Antes de entrar en política, tus motivaciones, preocupaciones e intereses eran tu familia, tus amigos, tu trabajo… La política te cambia totalmente la perspectiva y te cambia la vida, pasas menos tiempo con tu familia, con tus amigos. Cada vez tienes menos tiempo para ti y para dedicarlo a los demás.

¿Cómo has salido?

Creo que he salido con la conciencia tranquila de haber buscado el interés común, habiendo dejado atrás una etapa muy importante de mi vida. Ahora, como cualquier ciudadano de a pie, analizo lo que pasa en la sociedad en función de ver si lo que se está haciendo va a mejorar, o no, el nivel de convivencia y de bienestar de la mayoría de los ciudadanos.

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