CARLOS GALINDO
Un periodista con mucha cancha y buen juego
Carlos y yo nos conocimos recientemente por medio de amigos, y desde el principio empezamos a descubrir que, a pesar de vivir en universos profesionales y ámbitos territoriales diferentes, él, barcelonés de nacimiento, y yo, madrileño de adopción, teníamos muchas afinidades unidos por nuestra pasión por la comunicación y la fotografía.
Carlos empezó en la prensa con buen pie y nunca mejor dicho, porque su primer trabajo en prácticas fue poner textos a los pies de foto del periódico El Noticiero Universal, un diario vespertino de enorme solera, como reflejan sus casi 100 años de vida, de 1888 y 1985.
Y del blanco y negro del Noticiero pasó al Diario Sport, primer periódico deportivo a todo color, en el que llegó a ser Redactor Jefe.
Una vida llena de vivencias y experiencias, viajando allí donde se encontraba la noticia, trabajando casi la totalidad de los días del año, entrevistando a las grandes figuras del deporte y en un sector en el que los cambios están a la orden del día.
Hoy sigue ejerciendo su pasión por el periodismo y su impactante reportaje sobre los refugiados en la isla griega de Lesbos fue publicado a doble página en La Vanguardia y recogido por alguno de los principales diarios europeos.
Naces en Horta, una población muy especial que hoy está integrada a Barcelona. ¿Qué imágenes conservas de esa infancia?
La de un pequeño pueblo con identidad propia. Los de mi generación crecimos jugando en la calle; la gente se conocía y se saludaba cortésmente y todo parecía más cercano. Los niños de la burguesía catalana con problemas psíquicos o físicos eran confinados en las viejas casonas de Horta; esa era la forma en la que sus padres los apartaban de la circulación. El aire campestre era reparador y las aguas de la Font d’en Fargas tenían propiedades sanadoras. Después, la ciudad lo engulló todo. Aún a día de hoy, la gente de Horta utiliza la expresión “vamos a Barcelona” cuando, en realidad quieren decir que se dirigen al centro de la urbe.
La Hispano Olivetti, ¿tiene que ver con tu interés por el periodismo?
Tiene que ver con los primeros libros de lectura que mi padre trajo a casa y que devoré con la avidez de un niño curioso. La Hispano Olivetti fue modélica en muchos aspectos. Albergaba una amplia biblioteca para uso exclusivo de los trabajadores, además de una gran zona verde ajardinada presidida por una enorme piscina y una pista de baloncesto en la que jugaban los distintos equipos de la empresa. Yo mismo formé parte de las categorías cadete a provincial. Pero la imagen de la Hispano Olivetti está unida a la de mi padre alejándose en los fríos amaneceres invernales después de dejarme en la parada del autobús. Si cierro los ojos, aún hoy lo recuerdo despidiéndose de mí, girándose sobre sus pies con una mano alzada y la otra refugiada en el bolsillo para saludarme mientras las primeras luces del alba lo envolvían.
París bien vale una misa parafraseando a Enrique IV, pero estudiar en un colegio de los jesuitas, ¿cuánto vale?
Costaba un dineral, desde luego. Hice de monaguillo porque esa era la forma de lograr del colegio una importante rebaja en la cuota mensual. El SEK (San Estanislao de Kostka) pasaba por ser una de las instituciones más exclusivas de Barcelona y solo estaba al alcance de los bolsillos más pudientes. Servía en las misas varios días a la semana y también los sábados y domingos. Recuerdo aquella época con verdadero cariño. Fui feliz, sí. Muy feliz… Hice de monaguillo antes que fraile, pero aprendí a apreciar el valor de las pequeñas grandes cosas…
Don Antonio Moré de Mora y Aragón, de tan ilustre apellido. ¿Que significó para ti?
La inteligencia, la astucia, la habilidad… Fue el director del colegio, un jesuita alto como un junco y muy delgado, casi esquelético, sentado detrás del escritorio, con los ojos cerrados mientras le hablaba. Entonces, me susurraba: “Jo… ¡Se ha dormido!”. Nada más lejos de la realidad. De repente, abría sus enormes ojos y me miraba tan fijamente que me taladraba. Fue un hombre de noble cuna, familiar directo de la reina Fabiola de Bélgica y del mediático Jaime de Mora y Aragón de la época marbellí.
La llegada a Bellaterra. ¿Fue tan bella como deseada?
Supuso el descubrimiento de muchas cosas; gente diversa, chicos y chicas, el campus, las fiestas, las manifestaciones… Me convertí en el primer universitario de la familia. Mis padres, mi hermana… todos hicieron un gran esfuerzo para que yo estuviera allí. Encontré la libertad, la agitación del movimiento estudiantil. En aquellos días, ilusos de nosotros, pensábamos que cambiaríamos el mundo, que los sueños se cumplirían y que la tierra sería un lugar mejor. Una época maravillosa, sin duda.
Acabas Ciencias de la lnformación para entrar de lleno en el periodismo.
De hecho, empecé a trabajar cuando cursaba segundo de carrera. De forma casual, un amigo de mi padre me conectó con el editor de Equipo 10 que, en aquellos momentos, se encargaba de la realización de las páginas deportivas de El Noticiero Universal. Y sí, empecé escribiendo los pies de foto, que corregía una y otra vez… Eran los tiempos de plumas ilustres como Vázquez Montalbán, Eduardo Haro Tecglen, Alex Botines, Maruja Torres, Manuel Vicent, Forges, Perich, José María García… Mis jornadas de trabajo eran agotadoras. Me levantaba a las 6.30 para ir a la Universidad, comía un bocadillo y empezaba a trabajar a las 15.30 hasta que se cerraba la edición, ya pasada la madrugada. Apenas dormía cinco horas.
Dicen que para ser periodista hay que tener olfato, pero ¿cuál es el olor que más recuerdos te evoca?
El olor de las máquinas de fotocomposición, de las platinas, de la tinta… Eran los tiempos del tipómetro que servía para medir el cuerpo de la letra empleada, el interlineado de los textos, el grosor de los filetes… También recuerdo el olor de los aviones, los aeropuertos, los hoteles, los grandes estadios… siguiendo las noticias, a sus protagonistas… Sabiendo que estaba donde debía estar, que era justamente donde pasaban las cosas. El olor de la noticia. ¡Ah…! Ese sí que es un perfume embriagador.
Entrar en el periodismo deportivo, ¿era una salida profesional improvisada o deseada?
Lo cierto es que entré en el mundo del deporte de forma casual, pero me atrapó de inmediato. De niño soñaba con ser corresponsal de guerra o en el extranjero. Eran los tiempos vibrantes del periodismo, cuando se informaba desde donde ocurrían las noticias. Y me rendí ante series televisivas como Lou Grant o películas como ‘Ciudadano Kane’, ‘Todos los hombres del presidente’, ‘Primera Plana’, ‘Network, un mundo implacable’, ‘Bajo el fuego’…
De redactor a Jefe de Sección y de ahí, a Redactor Jefe. ¿Fue una carrera de obstáculos o de corredor de fondo?
Siempre fui un corredor de fondo inmerso en una carrera de obstáculos, porque esta profesión es un camino sembrado de trampas y de minas. Tremendamente competitiva, a veces despiadada… Empecé en los tiempos de lo analógico, de la máquina de escribir; en 1988 me llevé a los Juegos Olímpicos de Seúl el primer ordenador que se utilizó en el periódico, un mamotreto grande como un baúl que pesaba una barbaridad. No funcionó ni un solo día… Se inició la era digital que parecía que nos simplificaría la vida, pero el asunto está resultando más complejo de lo previsto.
¿Son maratonianas las jornadas de un periodista deportivo?
Son agotadoras, pero muy excitantes. Siempre ocurre algo en un rincón del mundo. Tenis en Australia, ciclismo en Francia, fútbol en España, atletismo en Suecia, baloncesto en Estados Unidos… Se vive según el horario de la redacción y de los principales eventos que se disputan en cualquier punto del planeta. Además, los fines de semana son los días de mayor agitación deportiva pues es cuando tienen lugar las ligas, las grandes finales… Y en verano llegan los campeonatos nacionales, europeos y mundiales, los Juegos Olímpicos… Es un no parar. Durante 40 años jamás hice un mes entero de vacaciones; lo máximo fueron quince días seguidos. Fui un periodista vocacional. Solo desde la vocación se puede galopar a lomos de un oficio que no conoce hora de entrada ni da salida, que no hay fines de semana, ni fiestas convencionales, ni Semana Santa…
¿Cómo se pasa de una categoría sénior a una olímpica?
A base de trabajo, constancia, disciplina, rigor y, sobre todo, pasión por mi trabajo. Nadie me regaló nada. En un periódico, cada día se empieza de cero. Hay que llenar las mismas páginas que se completaron el día anterior, y el anterior, y el anterior del anterior. Todo está por hacer. Es como mirar al infinito, la profundidad del mar… Yo nadé y nadé, la mayoría de las veces nadé contracorriente… Solo los mejores en cualquier disciplina llegan a unos Juegos Olímpicos. Leer, aprender, escuchar, prestar atención a esos detalles que pasarían desapercibidos a cualquier persona, ser intuitivo… Sobre todo, eso, la intuición. Y escribir. Esos son mis preceptos. “Cuando uno termina de escribir se siente tan vacío (y a la vez tan lleno) como cuando ha hecho el amor con alguien a quien ama”, dijo Hemingway. Claro que, tras lo visto en los últimos años, me abonaría a la cita de Oscar Wilde: “Hay mucho que hacer en favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones los ignorantes, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad”. Son malos tiempos, sí.
¿En cuántos Juegos Olímpicos participaste?
Empecé en los de Moscú 1980. ¡La antigua URSS…! Utilizaba la máquina de escribir. Después, llegaron los de Los Angeles’84, Seul’88, Barcelona’92, Atlanta’96, Sidney 2000, Atenas 2004, Pekín 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016. Y en cuatro ediciones de los Juegos invernales… Además, tenis, los grandes, atletismo, mundiales y europeos… Siempre arriba y abajo.
¿Los mejores Juegos?
Los de mi ciudad, Barcelona, sin duda. Creo que en ningún otro lugar del mundo hubo una mejor simbiosis entre ciudadanía y competición. Todo funcionó con la exactitud de un reloj suizo. Sí, es verdad, estábamos aterrados… pero las cosas salieron bien. Incluso la flecha lanzada por el arquero Antonio Rebollo pasó por el centro del pebetero y alumbró el fuego olímpico. La gente sintió aquellos Juegos como algo propio, y se lanzó a la calle a disfrutarlos, convirtiendo la ciudad en una fiesta. Por primera vez, sentimos verdadero orgullo de ser barceloneses. Tampoco olvido los Juegos de Pekín 2008. Los chinos pusieron sobre el tapete todo el dinero del mundo y hay que reconocer el trabajo que hicieron; lo bordaron.
¿Ganaste alguna medalla?
Estoy muy orgulloso de mi trayectoria profesional. Me hicieron entrega de la Real Medalla de Bronce del Mérito Deportivo en presencia de SS.MM. los Reyes, lo que viene a suponer el premio nacional de periodismo; el Ajuntament de Barcelona me concedió la máxima distinción por una serie de reportajes que realicé sobre el deporte en las cárceles catalanas. También logré una distinción de la IAAF (Federación Internacional de Atletismo) por una serie de artículos realizados en Etiopía, otra del Comité Olímpico Internacional (COI)… Me siento muy feliz por esos reconocimientos. Pero mis verdaderas medallas son mis experiencias, todo aquello que viví. Y viví mucho…
¿Hay que tener mucho fondo para correr tantos kilómetros por el mundo?
Hay que tener mucho fondo, en efecto, pero, sobre todo, sentir una enorme pasión por aquello que haces. Para mí, viajar ha sido un verdadero placer, un lujo al alcance de muy pocas personas. Viajar me ha enseñado a mirar y a sentir, a dejar mis prejuicios en la escalerilla del avión y a escuchar otras voces, otras opiniones… Me ha permitido crecer como persona y ser más tolerante.
¿Había dopaje también en el periodismo?
En el periodismo, en la abogacía, en la medicina, en la política…. Siempre hay tramposos, personas que buscan atajos, que se lucran de forma indebida, que engañan, que mienten… Porque, en definitiva, de eso trata el dopaje: de mentir. Mintió Ben Johnson, Lance Armstrong, Maradona, Sharapova, Agassi, Contador, Marco Pantani, pero a diario mienten nuestros políticos. El periodismo no es la excepción; en cuanto se ejerce como un poder o avalado por oscuros intereses pierde su esencia.
¿Hay que competir mucho para obtener una noticia, una entrevista…?
Hay que tener contactos, amigos, agenda… Cuando finalicé mi etapa en el diario, me fui con casi 4.000 teléfonos. Ese era mi activo. Esos números los conseguí en viajes, instalaciones deportivas, restaurantes, pasillos de aeropuertos… incluso en baños. Es necesario que los periodistas tengan amigos (o conocidos) hasta en el infierno. Con los becarios que hoy pueblan las redacciones no ocurre lo mismo, porque apenas se mueven de su área de trabajo. No les dejan.
¿Cómo se escribe sobre un ídolo que después de un salto a la fama tiene una caída al vacío?
Con equidad, con justicia, con transparencia… Los deportistas son seres humanos y, a veces, se equivocan. Cometen errores, como todo hijo de vecino. A los grandes deportistas se les exige ser los mejores en lo suyo y, además, ser fieles a un código de conducta que tiene que ver con la ética y la moral. “Tenéis que ser ejemplo para los jóvenes”, se les pide. Mi pregunta es, ¿en realidad tienen que serlo? ¿Acaso lo son nuestros políticos?, ¿se les exige ese mismo código ético y moral…?, ¿cumplen con esas mismas normas empresarios, financieros, banqueros…? Me temo que hay cierta hipocresía al respecto. La buena noticia es que la inmensa mayoría de deportistas compiten ‘limpios’ y según las reglas establecidas.
¿Qué entrevista te costó más conseguir y cuál te causó más impacto?
Sufrí lo mío para hablar con Carl Lewis y también con Usain Bolt. Me encantó entrevistar a Nadia Comaneci y me sentí como la persona más feliz del planeta tras cruzar dos palabras con Nelson Mandela. ¡Qué personaje…! Te confesaré una cosa: hay una entrevista que nunca pude realizar: hablar con Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona. La pedí hasta en cinco ocasiones y nunca hubo respuesta… Está claro que a Colau no le gusta el deporte. Insólito… Me emocionó entrevistar a Paquito Fernández Ochoa dos días antes de su muerte. De hecho, fue la última vez que habló para un medio. Y también me conmovió hablar con un niño, Tariku, que se puso a correr tras el corredor olímpico español Luismi Martín Berlanas por las montañas de Etiopía. Lo hizo con sandalias, que se le rompieron. Cuando Luismi finalizó su entrenamiento, se giró y vió que el niño le seguía a pocos metros. Aguantó su ritmo. Fue entonces cuando se fijó en sus pies; estaban sangrando. Pero sonreía feliz.
¿Evoluciona el deporte al mismo ritmo que la sociedad?
El deporte es un reflejo de la sociedad. El dinero y el show se han impuesto. Mandan las televisiones, pero el problema es que las cantidades que se pagaban por transmitir mundiales de fútbol, Juegos Olímpicos y grandes campeonatos son inasumibles. El deporte ya no es un negocio porque resulta demasiado caro. Las fichas de los jugadores, sus sueldos, los premios, los incentivos… ¿Quién paga la fiesta? Con la que está cayendo son cifras desproporcionadas.
¿A quién darías una medalla por haber afrontado la prueba personal más difícil?
A todos aquellos que viven su vida con el propósito de mejorar, de superarse a sí mismos; al que acaba último o última en la maratón de Nueva York, a quienes dedican su vida a hacer un mundo mejor y nunca tendrán un titular en una portada de periódico…
¿Qué reportaje te hubiese gustado realizar?
Uno sobre Cassius Clay, esa leyenda del boxeo, ‘El más grande’. El hombre que desafió al establishment y luchó contra la segregación racial. Clay fue un activista político y un verdadero ídolo. Se negó a combatir en la guerra de Vietnam. “No entiendo por qué tengo que ir a miles de kilómetros a matar a gente que no me ha hecho nada. Son los míos, en mi propio país, los que me llaman negro”, dijo.
¿Cómo se siente un entrevistador entrevistado?
Como el médico al que van a operar, que le gustaría dirigir su propia intervención, dónde meter el bisturí, dónde cortar… Son los guiños de la vida. Pero me siento agradecido por haber sido entrevistado y compartir mis experiencias desde la sinceridad, la transparencia y la autenticidad. Y si he dejado algún aprendizaje, ya soy feliz…
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