The answer (my friend) is blowing in the wind
Estamos tan acostumbrados a tener todas las respuestas que el reto actual es poder y saber gestionar todas las preguntas
Cuando el sociólogo Zygmunt Bauman acuñó el concepto de la sociedad líquida, una sociedad como la actual, en la que el cambio es constante y en la que las personas tienen que adaptarse constantemente a esos cambios, una sociedad que poco a poco pero inexorablemente va disolviendo las estructuras que cimentaban esa otra sociedad, la sólida, aquella en la que las personas trabajaban para que las cosas, los productos, las estructuras duraran para siempre, estaba muy lejos de imaginar esta otra sociedad en la que bruscamente ya hemos entrado, sin que lo hayamos diseñado, planificado, estructurado, ni tan siquiera imaginado: la sociedad gaseosa o, mejor dicho, la atomizada.
Porque cuando hace unos meses, o unos años, se planteaba el teletrabajo como un medio para favorecer la eficiencia al disminuir el tiempo de movilidad, la conciliación al poder dedicar tiempo a la familia, la transformación por la utilización de las tecnologías para la conexión entre personas… ¡qué lejos estábamos de imaginar el confinamiento, teletrabajando con nuestras familias en una empresa dispersa, gaseosa, atomizada!
Hoy no tenemos respuestas, ya que no podemos aseverar qué es lo que pasará el próximo mes, cuando los problemas se deben resolver día a día según la evolución de las circunstancias.
Es la hora de plantearse preguntas, de establecer escenarios, y las proyecciones en este sentido, como las económicas, son infinitas. En la sociedad de la nebulosa en la que nos encontramos, nos cuesta trabajo imaginar cómo será la vuelta a la normalidad o más bien a la anormalidad, a la excepcionalidad.
Lo que sí es seguro es que hoy tenemos más preguntas que respuestas, ya que estas las iremos encontrando a medida que el tiempo vaya pasando y unas veces nos traiga sosiego y reflexión, y otras, incertidumbre e improvisación.
Todo periodo convulso de la historia de la humanidad (pestes, guerras, crisis políticas, económicas y sociales…) ha favorecido el renacer de la ilusión, de la imaginación, de la innovación, porque la excepcionalidad del momento también empuja a la creatividad, acelerando los procesos, suprimiendo jerarquías, eliminando lo inútil y planteando un nuevo orden ideológico, económico, político y social. Porque afloran talentos y liderazgos desconocidos.
Estamos en un momento único en este siglo, que empezó con la amenaza terrorista y siguió con la bancarrota del sistema financiero, pero hoy todo eso pasa a un plano menor, porque este fenómeno, además de ser global, nos ha cogido desprevenidos, sin referencias, sin modelos ni protocolos, improvisando soluciones, barajando alternativas, sin realmente encontrar respuestas y sí muchas preguntas.
¿Seguirán las empresas manteniendo las estructuras jerárquicas y organizativas actuales?
¿Será la deslocalización de los empleados un fenómeno pasajero o pasaremos de ser responsables y autónomos en la ejecución de las tareas a ser simplemente autónomos en el plano laboral?
¿Qué rol jugará la comunicación interna en la fase del reencuentro?
¿Cambiará esta situación nuestra percepción de la misión, visión y valores actuales de la empresa? ¿Habría que revisarlos?
¿Cómo se gestionarán los crecimientos económico y laboral?
¿Qué comportamientos se quedarán y cuáles desaparecerán?
¿Se mantendrá el compromiso a distancia o nos distanciaremos del compromiso?
¿Tendrá cabida el liderazgo en una pantalla de ordenador o de smartphone?
Podríamos seguir planteándonos preguntas durante días y pensar que es un ejercicio inútil, que no conduce a ninguna parte, que es el momento de actuar, pero tenemos que ser conscientes de que solo a partir de ellas encontraremos las respuestas para construir ese futuro empresarial, político y social en el que todas las personas tienen cabida y deben participar. Porque el futuro nos pertenece a todos.