INTELIGENCIA ¿ARTIFICIAL, EMOCIONAL O SUPERFICIAL?
Vivimos en un mundo en el que la comunicación es instantánea, de noticias que van volando con el pajarito, o los vídeos que toc toc llaman a nuestra puerta, las fotos de desayunos y momentos idílicos, los drones del take away y los robots capaces de escribir canciones o contarnos una historia en un instante.
Un mundo en el que las máquinas pretenden, y ya lo están haciendo, facilitar nuestra vida llevando a cabo acciones que hasta ahora correspondían a los humanos. Sin embargo, en esta vorágine de innovaciones tecnológicas, que avanzan a una velocidad inalcanzable para muchos de nosotros, y en el que la Inteligencia Artificial está a la orden del día, ¿dónde queda la inteligencia emocional?
Uno de los aspectos que más preocupa en la actualidad es la capacidad de las máquinas de comprender y reproducir nuestra faceta más humana, la que nos condiciona y nos influye en mayor medida: la de sentir. ¿Podemos parametrizar todas las decisiones de manera racional? ¿Es posible “desconectar” los sentimientos? Parece lógico pensar que, si el objetivo es simplificar nuestras vidas a través de la tecnología, esta debe ser capaz de reproducir nuestra forma de ser, nuestros valores, por lo que cualidades como la empatía o la emoción, o la ética parecen imprescindibles para lograrlo.
Para humanizar la tecnología se emplea el más que conocido machine learning. Damos por sentado que las máquinas no son capaces de sentir, pero sí podemos enseñarles las principales señales que caracterizan las emociones, de manera que sean capaces de interpretarlas aunque no las sientan. Conviene destacar que los datos que permiten esta interpretación son introducidos en los sistemas por personas, pero las emociones no son fáciles de explicar científicamente, por lo que resulta prácticamente imposible, por el momento, enseñar a las máquinas a reproducirlas.
Teniendo en cuenta este paradigma, ¿cómo podemos confiar en la tecnología para comunicar los aspectos más importantes de nuestra vida? Y, llevándolo a nuestro terreno: ¿cómo dejar en manos de una máquina una campaña de comunicación de recursos humanos, en la que el objetivo principal es llegar a los empleados, poner el foco en sus intereses y aspiraciones, para lograr un verdadero engagement?
Hablamos de campañas cargadas de mensajes emocionales, imágenes que traspasan lo racional, que buscan potenciar el talento, motivarlo. Las personas, por tanto, nos convertimos en la verdadera clave del éxito para lograr que estas campañas, como hacemos en Ulises, entren por los ojos para llegar al corazón de las personas.
El dato es importante, el aprendizaje necesario, la experiencia recomendable, pero las personas somos mucho más complejas y en esta complejidad reside nuestra riqueza.
Y en un mundo cada vez más controlado por la inteligencia artificial, el último reducto es la inteligencia emocional. Y es en ese terreno en el que se van a jugar las grandes batallas, porque si controlamos las emociones seremos más iguales pero también más uniformes. Quizá, habría que plantearse que lo que realmente estamos creando es una inteligencia superficial.